EVANGELICEMONOS.... 3
Desde Adán hasta Abraham
En el principio Adán y Eva vivían sin pecado, en una relación perfecta con su Creador, hasta que optaron por creer en la mentira y decidieron desobedecer al mandato explícito de Dios. A partir de entonces, todo el género humano habría de nacer en pecado y pagar el precio de este, que es la muerte.
Sin embargo, un Dios lleno de misericordia y de amor no dejaría que el género humano se hundiera en la desesperación, sino que prometió enviar un Redentor que nacería de la simiente de la mujer. Pasaron más de mil años. Con el paso del tiempo la iniquidad del hombre era cada vez mayor, a tal grado que todos los pensamientos se encaminaban al mal. Esto a Dios le dolió mucho y se “arrepintió... de haber hecho hombre en la tierra”, por lo que decidió “{raerlo}.. de sobre la faz de la tierra ... Pero Noe halló gracias ante los ojos de {Dios}” (Gn 6:6,7,8), pues era un hombre justo e intachable.
Vino el diluvio y sólo se salvaron las ocho personas que estaban en el arca, es decir, Noé y su familia.
Con todo, no había cambiado la naturaleza pecaminosa de los que sobrevivieron ni de sus descendientes, así que muy pronto éstos se encontraron en abierta oposición a Dios. Dios sabía que ya que formaban una sociedad con un solo idioma, nada que se propusieran hacer les resultaría imposible.
Dios intervino una vez más, pero no para borrar al hombre de la faz de la tierra, ya que había puesto en los cielos su arco iris como símbolo de un pacto que jamás quebrantaría.
NUEVO PACTO
(Génesis 8:21 ) Y el SEÑOR percibió el aroma agradable, y dijo el SEÑOR para sí: Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud; nunca más volveré a destruir todo ser viviente como lo he hecho.
(Génesis 9:15) y me acordaré de mi pacto que hay entre yo y vosotros y entre todo ser viviente de toda carne; y nunca más se convertirán las aguas en diluvio para destruir toda carne.
(Isaías 54:9) Porque esto es para mí como en los días de Noé, cuando juré que las aguas de Noé nunca más inundarían la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reprenderé..
Hacia el año 2000 A.C. Dios llamó a un hombre de Ur de los Caldeos y le ordenó ir a la tierra que Él le mostraría. De ese hombre, llamado Abram, Dios no sólo haría una gran nación sino que, por medio de él, bendeciría a todas las familias de la tierra. Fue así como Dios hizo un pacto eterno con Abram, y para sellar ese pacto le cambió el nombre: Abram se convirtió en Abraham, “padre de multitud”. En ese pacto Dios prometió darles a los descendientes de Abraham la tierra de Canaán como su posesión eterna.
La Simiente prometida a Adán y Eva, Aquel que redimiría al género humano, vendría no solo a través de la simiente de la mujer sino también por medio de Abraham y de sus descendientes, Isaac y Jacob. Isaac tendría un hijo, Jacob, y éste tendría doce hijos. Cuando Dios confirmó su pacto con Jacob, le cambió el nombre y le puso Israel. Este fue el padre de las doce tribus. Así dio origen Dios a la nación de su pacto. Cuando viniera el cumplimiento del tiempo, el Redentor, el mensajero del pacto, surgiría de la tribu de Judá.
Pero no todo iba bien con los hijos de Jacob, pues sentían envidia de José, el hijo preferido de Jacob y el primogénito de su esposa Raquel. Cuando sus hermanos tramaron matarlo, Rubén y Judá intervinieron en su favor, de modo que Josué fue vendido como esclavo y llevado a Egipto. Si bien la intención de los hermanos de José había sido perjudicarlo, Dios cambió para bien el curso de los acontecimientos: de un esclavo que era en la casa de Potifar, y luego de haber estado en la cárcel, José llegó a ser gobernador de Egipto. Dios, en su soberanía, usó el alto puesto que ocupaba José en Egipto para salvar a la familia de Israel del hambre que había en Canaán. Y vivieron los israelitas cuatrocientos treinta años en Egipto, la mayor parte de este tiempo como esclavos. Hacia el año 1525 a.C dos de estos esclavos, Amram y Jocabed, tuvieron un hijo llamado Moisés.
Desde el Éxodo bajo Moisés hasta la Monarquía bajo Saúl
(1445-1051 ó 1043 a.C.)
Habían pasado unos cuarenta años desde el nacimiento de Moisés cuando, terriblemente afligidos, los israelitas clamaron al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Dios escuchó el clamor del pueblo y se apareció a Moisés en una llama de fuego en medio de una zarza. El gran YO SOY los librará de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud, y los llevaría a la tierra que había prometido a Abraham. Moisés fungiría como vocero de Dios, como el libertador humano de su pueblo, y recibiría de Dios el diseño del tabernáculo. Dios usaría ese tabernáculo no solo para enseñarles a los israelitas a adorarlo a Él, sino también para prefigurar al Redentor que habría de venir. Después de andar los israelitas cuarenta años por el desierto a causa de su incredulidad, Josué los condujo al otro lado del Jordán, a la tierra prometida: Mientras vivieron Josué y los ancianos, los israelitas sirvieron al Señor. Pero surgió una generación que no había conocido a Josué, y los israelitas comenzaron a adorar a los dioses cananeos y a hacer lo malo ante los ojos del Señor. Por eso el Señor los entregó en manos de sus enemigos. Pero el pueblo, angustiado, clamó al Señor, y de entre ellos Dios levantó jueces, a quienes sostuvo todos los días de su vida. Pero al morir cada juez, el ciclo de pecado y esclavitud volvía a repetirse. No había entonces rey en Israel, y cada quien hacia los que mejor le parecía. Israel debió haber sido una teocracia, con Dios como su Rey, pero el pueblo no quiso obedecer a su Dios. Finalmente, en los días del profeta y juez Samuel, los israelitas insistieron en tener un rey, como las otras naciones. Tal petición ofendió a Samuel, pero Dios les dio lo que pedían ,ya lo habían despreciado.
Desde el Reino Unido hasta el Reino dividido
(1051 ó 1043 – 931 a.C.)
Saúl, primer rey de Israel. Ofreció a Dios sacrificios mas bien que obediencia, por lo que Dios escogió a David, hijo de Isaí, de la tribu de Judá, para que fuera rey de Israel. David era un hombre conforme al corazón de Dios, y reino del 1011 al 971 a.C.
Durante su reinado, David tuvo el vehemente deseo de construir para Dios un templo en Jerusalén. Dios conocía las intenciones de David pero, éste había sido hombre de guerra, reservó la construcción del templo para Salomón, su hijo y sucesor, cuya madre fue Betsabé.
En día en que se llevó al arca del pacto al interior del templo y se dedicó éste el Señor; Salomón se postro ante Dios y le recordó las promesas de su pacto. Del cielo cayó fuego, el cual consumió los holocaustos, y la gloria del Señor llenó el templo.
Pero Salomón desobedeció a Dios, pues se casó con mujeres extranjeras y erigió ídolos en los lugares altos de Jerusalén. Ya entrados en años Salomón, sus mujeres lo indujeron a rendir culto a otros dioses. A diferencia de su padre David, que se mantuvo buscando al Señor, el corazón de Salomón se alejó del Señor.
Al morir Salomón, Dios dividió en dos el reino de Israel
Desde 931 a. C. Hasta el Nacimiento de Cristo
En el año 931 a.C. las tribus de Judá y Benjamín formaron el reino del sur, o de Judá, cuya capital era Jerusalén. Las otras diez tribus formaron el reino del norte, o de Israel, cuya capital llegó a ser Samaria. Muy pronto el reino de Israel se entregó a la adoración de los ídolos, por lo que en el año 722 a.C. Dios permitió que los asirios se los llevarán cautivos.
Aunque los profetas del Señor advirtieron al reino del sur que ellos también serían llevados cautivos si no se arrepentían de su desobediencia e idolatría, Judá no les hizo caso. En el año 605 a.C., Nabucodonosor, poco antes de llegar a ser rey, atacó a Jerusalén y llevó cautivos a Babilonia al rey de Judá y a algunos de sus príncipes. Entre los cautivos iba Daniel (Dn 1:1-2). En el año 597 a.C. Nabucodonosor volvió a atacar al reino de Judá, y esta vez se llevo a Babilonia diez mil cautivos, uno de los cuales era Ezequiel. Para el 586 a.C. Babilonia, que ya era la potencia mundial predominante de aquellos tiempos, conquistó a Judá, destruyendo no sólo la ciudad de Jerusalén sino también el bello templo que Salomón había construido durante su reinado.
Lejos de Jerusalén y de su templo, los exiliados israelitas establecieron sinagogas para poder preservar su fe. Esas sinagogas se convirtieron en centros de enseñanza y de adoración, donde los Judíos recitaban el Shema (Dt 6:4), leían la Ley y los Profetas, oraban, y daban mensajes.
A los amanuenses que tomaban nota de todo acontecimiento y de toda decisión se les conocía como escribas. Era su responsabilidad copiar y preservar, e incluso enseñar, la Palabra de Dios en las sinagogas. En le época del Nuevo Testamento se les reconocía autoridad para interpretar la ley y enseñarla, por lo que también se les llamaba “interpretes de la ley”.
Luego de sufrir en carne propia las maldiciones a causa de la desobediencia, tal y como las expresa el libro de Deuteronomio, los exiliados judíos comenzaron a mostrar renovado aprecio y reverencia por la Palabra de Dios. Habían aprendido que Dios cumple su palabra y que no modifica sus propósitos ni siquiera por el pueblo de su pacto.
Algún tiempo después de la invasión del reino y el cautiverio de Judá, los exiliados llegaron a ser conocidos como los hombres de Judá, es decir Judíos.